Cualquier emoción que reprimamos o guardemos —sea positiva o negativa— es susceptible de convertirse en tóxica. Esa emoción se puede llamar miedo, ansiedad, enojo, envidia, malhumor, etc. Cuando vivimos la emoción tóxica, de alguna forma nuestro cerebro la reconduce y al final va a parar a algún órgano del cuerpo, enfermándonos. Hay personas que les cuesta expresar, por ejemplo, el enojo. Creen que estar enfadado es malo y que no es correcto mostrarse así, por lo que reprimen esa emoción, la guardan, se la tragan o la disimulan y, sin querer, esa emoción no expresada la envían a una parte de su cuerpo y pudiendo tener un problema de salud, como un infarto. Otras personas tienen miedo a tener miedo; entonces evitan situaciones que les generen ansiedad, como por ejemplo hablar en público o estar con otras personas, convirtiendo esa emoción en tóxica. Otros individuos guardan las emociones por tener una autoestima baja y creen que no tienen derecho a expresar lo que desean o sienten, por lo que anulan las emociones, canalizando erróneamente los sentimientos y llevándoles a un estado físico y psíquico enfermizo.
Hay multiplicidad de causas, pero todas ellas tienen algo en común: cada vez que guardamos una emoción o la reprimimos, esa emoción puede acabar siendo tóxica. Nos afecta produciendo enfermedades psicosomáticas, infartos, enfermedades gastrointestinales, etc. Por lo general, todas las emociones tienen una plataforma emocional: el estrés. Cuando una persona tiene una sobrecarga, llámese una deuda económica, un problema en el hogar, con los hijos o con el trabajo, toda esa sobrecarga al final produce una enfermedad, ya sea con más o menos incidencia o más o menos gravedad. Por esto es importante identificar lo que sentimos y ponerlo en palabras para liberar cualquier sobrecarga emocional. Las emociones no son ni buenas ni malas, simplemente son energía, y la energía es una fuerza que hay que gastarla o liberarla.
Una de las emociones nocivas es la llamada ansiedad tóxica. Utilizaremos un paralelismo musical para entender su desarrollo en nuestros cuerpos. Por ejemplo, las cuerdas de una guitarra pueden estar muy tensadas o poco tensadas. Cuando están muy poco tensionadas, la guitarra prácticamente no suena; pero cuando están excesivamente tensas, la guitarra produce notas cada vez más agudas, rompiéndose fácilmente por la presión de la tensión. Por ello, la afinación correcta de una guitarra se sitúa en el término medio, en el lugar donde suena bien y puede hacer buena música. Esto es exactamente lo que sucede con la ansiedad. Existe una presión básica que toda persona necesita; pero cuando hay una excesiva tensión es cuando se produce la ansiedad tóxica. Preocupaciones que uno no puede controlar como ‘y si pierdo el trabajo…’, ‘y si no me va a ir bien este negocio…’, ‘y si no me van a querer…’, ‘y si no me separo…’, todas estas preocupaciones no resueltas son las que nos pueden llevar a un trastorno de ansiedad. Son preguntas del futuro que no tienen respuesta o, más concretamente, que tienen una respuesta catastrófica.
El pesimismo es una característica habitual del ansioso. Este tipo de persona siempre ve el final de la película: ve que lo echarán del trabajo, ve que la relación le irá mal, ve que no será capaz de cumplir un objetivo y casi siempre imagina un futuro negro. Es entonces cuando el organismo reacciona con taquicardias, con sudoración, con mareos, con constipados, con problemas de sueño, durmiendo todo el día o no durmiendo nada, con problemas de alimentación, comiendo mucho o no comiendo nada… El cuerpo está avisando de que hay una preocupación que es tóxica. En el caso extremo del proceso, se dan casos de angustia profunda, en los que el individuo siente que se va a morir, por lo que, por ejemplo, puede ir al cardiólogo para hacerse pruebas, sin dar resultados positivos, o puede estar andando por la calle y sentirse angustiado hasta el punto de sufrir mareos, sudoraciones y trastornos generales sin existir una razón orgánica para tales alteraciones. El cuerpo reacciona negativamente al proceso de angustia sin, en realidad, tener ninguna razón orgánica que lo produzca.
Otra emoción que puede ser tóxica es la angustia. La angustia es como la alarma de un coche: si alguien quiere robarlo, suena; pero si la alarma suena en cualquier momento, significa que el coche está funcionando mal. La angustia es buena frente a una situación de desafío o cuando tenemos realmente miedo por algo puntual. Ahora bien, si la angustia es permanente o se dispara aleatoriamente en cualquier momento, estamos frente a una angustia tóxica.
Otra emoción tóxica es la envidia. Es una emoción que por fuera parece dar una imagen normal, pero por dentro sufre la carga de la disconformidad y el deseo incontrolado. La envidia puede ser muy falsa, porque aparenta para sobrevivir. Muchas veces se oye decir: ‘tengo envidia sana’, como si, por poner un ejemplo paralelo, se pudiera tener un cáncer terapéutico. No existe el cáncer terapéutico como no existe la envidia sana. La envidia es una emoción tóxica que se alimenta de un deseo totalmente incontrolado, de una emoción desbocada, que intenta descalificar para adquirir una supuesta seguridad propia. Para vencer la envidia como para vencer otras emociones nocivas es conveniente tener conciencia de que existen y que nos afectan. Es el primer paso.
Cómo vencer las emociones tóxicas
* Apartar un tiempo delimitado para preocuparnos. Para las personas que sufren emociones de exceso de preocupación, es muy útil apartar un tiempo concreto para pensar en esas cosas que le intranquilizan y, después de ese periodo, olvidarlo todo. Es decir, durante una hora pensar exclusivamente en todo lo que a uno le preocupa, intentando solucionarlo, pero cuando se acaba ese tiempo no pensar más sobre el tema. El problema de las personas ansiosas es que están permanentemente pensando en lo que les preocupa. Adoptar una actitud de delimitar las preocupaciones, dándoles un tiempo concreto, facilitará el descanso psicológico durante el resto del día.
* Poner en palabras lo que nos sucede. Cuando nos sentimos asediados por una emoción tóxica, hablar con otras personas nos ayudará a poner en orden nuestra mente y a empezar a andar el camino de la sanación. La conversación con amistades de confianza que pueden escucharnos activamente, nos permitirá desahogarnos y, al mismo tiempo, escucharnos para ordenar los pensamientos. Pero también es bueno hablarnos a nosotros mismos, con palabras de confianza que nos ayuden a entender cómo queremos salir delante de la angustia o la ansiedad. En este sentido, no dudemos que es más importante lo qué me diré, que lo qué me dirán. Cuando expresamos lo que tememos, deja de ser peligroso.
* Proporcionarnos buenas expectativas. Podemos crearnos buenas expectativas si nos damos más margen de mejora y si nos convencemos de que podemos dar mucho más de lo que estamos dando. Muchas veces nos quedamos tan encerrados en la imposibilidad, el negativismo o la frustración, que el mensaje que nos decimos y escuchamos es de limitación y derrota. Pero podemos provocarnos buenas expectativas si nos decimos y oímos que valemos, que podemos, que sabemos o que tenemos todas las capacidades para salir victoriosos, e incluso, mejores personas y más fuertes y capaces.
* Huir de la insatisfacción crónica. Tener insatisfacción es positivo si la convertimos en un disparador, en un motor de acción o un resorte motivador. En este tipo de insatisfacción, aceptamos que algo no va bien y optamos por esforzarnos, queriendo llegar a esa meta o a ese objetivo. No obstante, la insatisfacción es tóxica cuando está dominada por la culpa. La culpa nos informa de que no nos merecemos algo, que algo no nos pertenece, que debemos pagar un peaje para salir adelante. Es entonces cuando, por ejemplo, si se consigue un trabajo, la propia insatisfacción hace que no se pueda disfrutar del mismo, no rindiendo bien y, con el paso del tiempo, perdiendo el empleo. Por ello hemos de huir de la insatisfacción crónica, tomando actitudes resolutivas y decisivas, haciendo frente a cualquier sensación o sentimiento de que hay cosas que no merecemos o que no vamos a lograr. La mejor manera de luchar contra la insatisfacción crónica es ser conscientes de ella y de nuestra dependencia, ser muy drásticos con los pensamientos tóxicos diciéndoles ‘no’, para cambiar actitudes y, sobre todo, mirar lo que se logró, no lo que nos falta. Una persona sana es la que mira a partes iguales sus errores y sus aciertos, pero aprende de los fallos y decide probar cómo lograr más aciertos.
* Dejar lo que pasó en el pasado y mirar hacia el futuro. Muchas personas condicionan sus emociones cuando miran tanto el pasado que no ven nada del futuro. Las emociones tóxicas también aparecen cuando lo vivido pesa más que lo porvenir. Si nuestra vida es presidida por emociones pasadas, sean buenas o malas, fácilmente nos convertimos en esclavos de pensamientos y sensaciones caducadas que no tienen potestad para cambiar lo que realmente nos importa: el presente y el futuro.
* No cambiar todo; cambiar primeramente una pequeña cosa. A veces, al querer huir de las emociones tóxicas y de su círculo vicioso, tomamos decisiones muy grandes y exageradas, intentando cambiar toda nuestra vida. Pero para cambiar algo grande primeramente debemos dar un primer paso. Un pequeño cambio, perdurable en el tiempo, tiene suficiente poder como para intentar un siguiente pequeño cambio que se prolongará en el tiempo y así sucesivamente. A veces, los grandes problemas tienen soluciones sencillas y un pequeño cambio puede movilizar una metamorfosis de transformaciones.
* No hacer caso de las opiniones interesadas de las personas. Para mejorar del acoso de las emociones tóxicas hemos de saber de dónde vienen las críticas, las opiniones o los pareceres sobre nuestra vida y decisiones, porque quien quiere agradar a todos, acaba fracasando con todos. Un adagio árabe cuenta la historia de un padre y un hijo que viajaban con un burro. Al llegar a un pueblo, la gente los vio y se dijeron: ‘¡mira qué tontos, tienen un burro y no lo usan!’. Entonces el padre, escuchando las conversaciones, hizo que el hijo se subiera al burro. Llegaron al otro pueblo y la gente se decía. ‘¡mira que hijo tan desagradecido, el pobre padre caminando y el chico sobre el burro!’. Así que se bajó el chico, y el padre se subió al burro. Fueron al siguiente pueblo y la gente empezó a decir: ‘¡qué padre tan sinvergüenza!, ¡el pobre chico caminando y el padre subido cómodamente en el burro!’. El padre que lo escuchó, decidió que se subirían los dos al burro y así caminaron hasta el próximo pueblo. Al llegar, los del lugar decían: ‘¡cómo puede ser eso…!, ¡están matando al pobre animalito, los dos encima de un pobre burro, vamos a tener que presentar una demanda por maltrato!’. El padre oyó las críticas y decidió que se bajarían del burro y llevarían el animal encima de sus hombros… Y… ya nos podemos imaginar lo que dijeron en el siguiente pueblo.... Sin duda, cuando escuchamos demasiado a los demás, terminamos cargando un burro.
* Reírnos de nosotros mismos. La risa es terapéutica porque levanta el sistema inmunológico, porque desdramatiza los hechos y también sirve para alejar los agresivos. Cuando alguien nos agrede o se burla de nosotros, reírnos de lo propio desarma a las personas agresivas y nos ayuda a adquirir confianza. Las emociones tóxicas necesitan de nuestro buen humor, para desdramatizarlas y darnos la fuerza necesaria para superar obcecaciones innecesarias.
©2012 Josep Marc Laporta
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ResponderEliminarMuy Interezantes
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