Básicamente, la venganza consiste en la reprimenda contra una persona o grupo en respuesta de una acción mala, ya sea percibida o realmente recibida. El vengativo imparte justicia por su cuenta y riesgo. Es justiciero porque se cree víctima y porque necesita impartir justicia unilateralmente, esperando el momento idóneo para actuar. Su reacción premeditada le apremia a devolver la ofensa, no con una ansia reparadora sino con una intención injuriosa y agresiva. El deseo de venganza consiste en forzar a quien ha hecho algo malo a sufrir el mismo dolor que él recibió, asegurándose de que esa persona aprenderá del escarmiento y no se atreverá a volver a las andadas.
La venganza es un acto que, en la mayoría de los casos, causa placer a quien la efectúa, debido al impulso y sentimiento de rencor que anida en él. La venganza está muy relacionada con el odio y el deseo de tomarse la revancha; pero cuando se aplica, la venganza lastima y enferma, y es un comportamiento adictivo.
Los vengativos son personas muy susceptibles y sensibles al ambiente, que experimentan emociones negativas, con inestabilidad en el ánimo, lo que les lleva a interpretar las cosas de una manera hostil. Suelen ser personas conflictivas, dando muchas vueltas a las ofensas recibidas, convirtiéndolas muchas veces en un veneno que se convierte en el epicentro de su vida. Como sufren, desean que las otras personas sufran tanto como ellos. Al obedecer irracionalmente a este instinto de desquite, lo que consiguen es entrar en una vorágine psicológica de represalias. Al ser un comportamiento adictivo, la venganza provoca nuevas reacciones cuando la otra parte reacciona de la misma manera, y así fácilmente se entra en una espiral de reacciones sinfín.
En algunas sociedades se cree que la lesión inflingida en una venganza debe ser igual o mayor a la que se originó, como medida de castigo. Por esta particular norma, algunas sociedades incorporaron la pena de muerte como una forma de justicia, aunque en realidad es venganza. La filosofía del Antiguo Testamento bíblico de ‘ojo por ojo y diente por diente’ trata de limitar el daño permitido. No obstante, en la misma Biblia, Jesús propone una mejor actitud: “Habéis oído que antes se dijo: ‘ojo por ojo y diente por diente’. Pero yo os digo: no resistáis a quien os haga algún daño; al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrécele también la otra”. El objetivo de esta enseñanza es evitar una vendetta o una serie de actos violentos que puedan perderse de control y, al mismo tiempo, facilitar la regeneración. No obstante, hay quien piensa que la venganza justa puede ser beneficiosa.
La actitud de venganza es aprendida, pero también es antropológicamente natural. Para entenderla, no podemos considerarla como una falla moral o un delito, sino una conducta profundamente humana y a veces muy funcional. Nacemos con condiciones de venganza, pero también lo aprendemos de los padres o de las personas que nos rodean en los primeros años de vida. Se aprenden en insignificantes formas de educación paternas: ‘Si no recoges los juguetes, te voy a castigar sin jugar ni ver la tele durante tres días’. O también se enseña la venganza cuando uno de los tutores comenta que alguien le pagará por alguna cosa que le hizo. En ambos casos, se incita a actitudes de represalia.
Huyendo de las actitudes de venganza
* La venganza nos hace más débiles psicológicamente. Practicar la venganza requiere de inventiva o ingenio para encontrar formas de revancha; pero lo que en realidad provoca es la alineación personal, creando el hábito de pensar en negativo y destructivamente. Pese a que en la venganza el más débil es siempre el más feroz, es un ferocidad desbocada e irracional.
* La venganza es el puerto de llegada del odio. Un odio desenfrenado puede llevar a consecuencias muy graves y detestables, tanto como atentar contra la vida. El odio se puede aprender a controlar cuando decidimos no saciarnos del placer de la venganza.
* Antropológicamente, la venganza produce una sensación placentera, parecida a cuando se tiene hambre o se piensa en comer. Pese a este descubrimiento científico, los mecanismos del placer se pueden reeducar. Podemos llegar a sentir placer por innumerables cosas que no son éticamente saludables, como ensuciar las calles o flagelarnos, pero sabemos también que podemos reeducar los mecanismos del placer con un poco dedicación.
* Vengándonos, nos igualamos al supuesto enemigo; perdonándolo, somos superiores a él. Aunque a veces no es posible perdonar fácilmente, puede existir un perdón de no agresión, que con el tiempo puede dar paso a un perdón real.
* No responder a los avisos de venganza. A veces no es sencillo, pero no responder a los avisos de venganza es la mejor manera de no involucrarse en una espiral destructiva. Las consecuencias de entrar en esa vorágine se convierte en un diálogo de agresiones.
* La palabra es el mejor camino para llegar al escenario del perdón. A su tiempo, en el momento adecuado y con la predisposición apropiada, hablar y conversar con voz tranquila y reposada es la mejor manera de acercarnos al perdón, ya sea activo o pasivo.
* Perdonar es una demostración propia de que el agresor no nos ha vencido. Cuando perdonamos vencemos sobre quien nos ha agraviado। El perdón hace que, por lo que a nosotros atañe, la cuenta esté saldada. Si el agresor continua con su interés vengativo, seguirá aumentando su cuenta de números rojos.
©2010 Josep Marc Laporta
Me gusta el trato de los temas
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