Transcripción resumida de la exposición de Josep Marc Laporta —psicólogo social y coach— en el magazine matinal radiofónico de Radio Arena, emitido semanalmente durante los últimos cuatro años. Consultas y conferencias: jmlfcoach@hotmail.com

· El racismo

El racismo suele estar relacionado y ser confundido con la xenofobia (el odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros)। No obstante, existen algunas diferencias entre ambos. El racismo es una ideología de superioridad; mientras que la xenofobia es un sentimiento de rechazo. Normalmente la xenofobia está dirigida hacia los extranjeros, mientras que el racismo está relacionado con otros conceptos como el etnocentrismo, los sistemas de castas, el clasismo, el colonialismo, el machismo e incluso la homofobia.

Habitualmente nos preguntamos si somos racistas o no। En tertulias, grupos de amigos o entornos familiares discutimos si una u otra persona es racista o si tenemos actitudes racistas. Y las respuestas muchas veces son bastante radicales: no soy racista o sí soy racista. Pero ¿realmente somos racistas o no?

Sin duda, todos somos racistas। Nuestros antepasados protegían sus familias a través de la propia defensa y, en consecuencia, el desprecio a los otros pueblos. La lucha por la supervivencia implicaba otorgarse el derecho de desconfiar y de menospreciar al diferente. Antropológicamente somos racistas porque milenios atrás aprendimos a proteger el círculo que permitía la supervivencia: la familia, la casta, la tribu, el pueblo. Era una protección en contra de cualquiera que pudiera atentar contra la integridad del grupo celular. Es por ello que para protegerse había que despreciar al grupo o pueblo que geográficamente estaba en un territorio cercano y que era diferente. Sintiéndose superior a los otros, se sentían seguros.

En nuestros genes llevamos esa información racista। En realidad somos racistas porque durante siglos y siglos nuestros antepasados lo han sido. Pero podemos disminuir esa incidencia cuando, gracias a la cultura y el saber acumulado a través de los tiempos, optamos por examinarnos y huir de la condición genética que nos amenaza. Es una decisión racional e inteligente entender que ninguna raza es superior a otra; que ninguna cultura tiene supremacía sobre otra por el sólo hecho de existir; que ningún ser humano es más importante que otro, ni que ningún grupo étnico se puede imponer por encima de otro.

El racismo y la discriminación racial es toda y cualquier forma que impone la superioridad o inferioridad entre grupos étnicos que dé a algunos el derecho a dominar o eliminar a los demás, presuntos inferiores, o que haga juicios de valor basados en una diferencia racial। De este modo el racista suprime sus derechos civiles, sociales, políticos y humanos.

El racismo se ha practicado desde la antigüedad, con la esclavitud como fórmula de sometimiento। Los griegos se consideraban superiores a sus esclavos y los sometían en cualquier condición humana. Más tarde, a partir del siglo XV, la ideología española de la ‘limpieza de sangre’ significó la persecución, expulsión y muerte de cualquier judío de España. Asimismo se establecía la investigación genealógica de las personas con el fin de determinar si tenían ‘sangre’ judía, mora o hereje, echándolos en la hoguera. También los no católicos fueron asesinados con autos previamente determinados, fuera de toda clemencia. En el descubrimiento y la conquista de América, los españoles justificaron la superioridad sobre los indígenas imponiendo un sistema de castas, y los mestizajes quedaron prohibidos entre las diferentes etnias.

Liderado por Adolf Hitler, en la Alemania nazi se hizo una limpieza racial de judíos y extranjeros indeseables, como rumanos o gitanos, para, supuestamente, mantener su raza limpia y sana। En los Estados Unidos, el Ku Klux Klan (KKK) fue el nombre que adoptaron varias organizaciones que predicaron la supremacía de la raza blanca, la homofobia, el antisemitismo, el anticomunismo, el anticatolicismo y la xenofobia. Con frecuencia, estas organizaciones recurrieron al terrorismo, la violencia y actos intimidatorios, como la quema de cruces, para oprimir a sus víctimas. En Sudáfrica, con Nelson Mandela como líder del Anti-Apartheid , se significó la lucha contra la política de segregación racial practicada por la República y que duró prácticamente 50 años del siglo XX.

En la actualidad, y pese a que el racismo es una actitud impropia de las sociedades avanzadas, las discriminaciones por causa de raza y el clasismo de diferentes tipos, siguen existiendo en todo el mundo। En nuestro país, inmigrantes llegados recientemente, sienten en sus propias carnes el rechazo de los nativos y una cierta segregación, ya sea por situaciones no deseadas como la pobreza, la delincuencia o costumbres sociales y religiosas distintas. Pese a ello, es posible tomar actitudes no racistas, observando a todo ser humano como lo que es: una persona individual e igual a nosotros, sin dejarnos llevar exclusivamente por las condiciones sociales, religiosas o culturales que portan y que nos diferencian.

Optando por actitudes menos racistas

* Eliminar de nuestro ideario el concepto tolerancia y optar por el homorelatio. En los últimos decenios, el concepto tolerancia ha sido impuesto como la gran solución al entendimiento entre personas y pueblos. Pero cuando postulamos la tolerancia, implícitamente sostenemos que una persona que está en una posición de preeminencia se digna a acercarse a otra que está más abajo. En realidad es una actitud de perdonavidas, de condescendencia limosnera o de esfuerzo hacia el más débil; al mismo tiempo lo que hacemos es suponernos más importantes, aumentando nuestro ego porque nos acercamos al, socialmente, más endeble. No obstante, optar por el concepto homorelatio es considerar al prójimo como un igual. Ya no es una persona tan diferente que debemos condescender hacia él, sino que planteamos de entrada una relación de igual a igual, de ser humano a ser humano. El homorelatio nos permite actuar de manera más análoga y relacionada, sin superioridades raciales, mentales, sociales o culturales. Es decir, todos somos iguales y, de entrada, nos tratamos desechando cualquier condición que pudiera suponernos distintos, lo cual nos permitirá una relación más horizontal y comprensible.
* Obviar dirigirnos a las personas que son diferentes a nosotros por el apodo o procedencia grupal común. Cuando una situación anómala o desagradable la realiza una persona que pertenece a un grupo social diferente al nuestro, acostumbramos a pensar que todos los de su grupo son iguales. Así es como, por ejemplo, decimos: ‘los colombianos son unos traficantes de drogas’, cuando en realidad algunos pocos lo son. O decimos: ‘hay que ir con cuidado con los rumanos, porque no son de fiar, siempre están al acecho para robar’, cuando en realidad no todos roban ni son delincuentes. Lo más idóneo es nombrar a la persona por su nombre, por su aspecto o por su situación, pero no generalizar totalitariamente a su raza o procedencia. Es importante no verbalizar en público lo que posiblemente pensemos para no caer en unas generalizaciones que nada tienen que ver con la realidad. Porque, haciendo un paralelismo periodístico, lo que realmente haríamos sería ‘amarillismo’, es decir, tergiversar la realidad.
* Biológicamente todo ser humano es prácticamente similar, sólo nos distinguimos unos de otros por cuestiones familiares, culturales, religiosas o sociales. No hay nada biológicamente significativo y trascendental que nos haga distintos como para suponer que existe una raza superior a la otra. En cualquier caso, lo que nos diferencia son aspectos que no hemos elegido y que el azar ha determinado. Nadie ha escogido nacer en una sociedad occidental o en una africana, ni en un pueblo tribal o en otro metropolitano; por lo cual nadie debería menospreciar a otra persona o a otra raza cultural, social o religiosa por el hecho de haber crecido en un ambiente diferente. Entender que somos biológicamente similares y que solamente el azar nos ha hecho crecer en una sociedad cristiana, islámica o budista, nos permitirá optar por una actitud saludable ante cualquier racismo, sea cual sea y del matiz social que sea.
* Las religiones son maneras de entender y dar sentido a la existencia del hombre, surgidas y adaptadas a las culturas y los enclaves geográficos. El racismo se fundamenta también en el hecho religioso de cada pueblo como manera de diferenciar y excluir। Pero comprender que las religiones son el deseo social de los individuos y de los pueblos para acercarse a la trascendencia, permitirá asumir que ninguna de ellas es, antropológicamente hablando, superior a otra। Pese a que algunas han proclamado actitudes raciales y han impuesto el terror a través de los siglos por medio guerras santas, autos de fe, declaración de herejes y asesinatos programados (incluida, por supuesto, la cristiana), nada de ello determina que una religión tenga más validez o menos importancia para unos seres humanos que buscan, como nosotros, la trascendencia o, como mínimo, una explicación satisfactoria a la finitud del ser humano।
* Como en la naturaleza, las diferentes culturas son la orografía y vegetación social de cada territorio. Las diferentes culturas del planeta no deberían ser causa de racismo, a no ser que entendamos que la orografía, vegetación y ecosistema han de ser exactamente iguales en cada rincón del mundo। Y como en la naturaleza una parte se complementa con la otra, ninguna es suficiente como para prescindir de la otra por el solo hecho de existir. Así es como las diferentes culturas existen como formas multisociales de conocimiento y sabiduría. Acostumbramos a menospreciar aquéllas que están menos evolucionadas, industrializadas o tecnificadas, pero en realidad no hay una cultura superior a la otra, sino diferentes procesos de crecimiento de grupos sociales. De esta manera podemos entender que no se puede alimentar un racismo de culturas, sino que cada pueblo avanza en su proceso y camino, aportando belleza y saber social a las demás, estén en el proceso que estén.

©2010 Josep Marc Laporta
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