
Cuando un niño nace, el primer impulso que tenemos hacia él es de una extrema protección; pero esto no durará demasiado tiempo, porque seguidamente se pondrá en marcha el sentido de niño-juguete —el síndrome de la mascota— y hará que muchas de las actitudes y percepciones cambien। La protección inicial se transformará en una nueva manera de relacionarse: el bebé no sólo será un hijo, un nieto o un sobrino, sino que para todo el mundo se convertirá en el pequeño que amenizará las relaciones maritales, familiares y sociales. Su presencia será el entretenimiento preferido, convirtiéndose en la mascota de familia.
Este síndrome no es presente en todas las casas de manera perdurable, pero es un síndrome que se da muy a menudo y su influencia se puede constatar en un momento u otro de la vida del bebé। Aquella expresión tan recurrida y que muchas veces decimos —refiriéndonos a un hermoso bebé— de ‘¡me lo comería!’, resume perfectamente este síndrome.
Ver el hijo como si fuera una mascota comporta ciertos cambios en la psicología conductuales del padre o la madre y en la actuación de lo que se es: un tutor permanente। Ver al bebé preferentemente como un ser simpático, encantador, deseable, precioso y entrañable obliga inconscientemente a abandonar el papel de padre o madre —con todas sus altas responsabilidades— para adoptar la actitud de amo de un juguete preferido, de señor de un osito de peluche con vida propia.
La aparición del síndrome de la mascota provoca un serio abandono de las responsabilidades paternas y la pérdida de conciencia de la importancia del papel directivo en la vida del bebé। Desde el primer día y desde la primera hora de la llegada del nuevo niño es importante tener en cuenta que cualquier actitud que tengamos será en beneficio o en prejuicio del niño. Es por ello por lo que hace falta saber disfrutar plenamente del niño que llega, pero sin convertirlo exclusivamente en una mascota que satisfaga los deseos de entretenimiento y capricho de la familia, especialmente de los padres.
Es en las primeras semanas y meses de vida —los meses más importantes para la vida de un ser humano— cuando el bebé debe empezar a recibir por parte de los padres una actitud responsable, con directrices y pautas bien establecidas. Sin lugar a dudas, esto se puede compatibilizar con la ternura, el entretenimiento y la protección. No son excluyentes. Pero cuando empiecen a llegar los primeros llantos de dominio o las primeras actitudes de fuerza, los padres que conocen bien que su lugar no es solamente tener un bebé-objeto sino formar desde los inicios una persona integral, mantendrán unas actitudes estables y firmes, y, al mismo tiempo, llenas de ternura.
Cómo huir del síndrome de la mascota
* No desear tener un hijo para arreglar los problemas de la pareja. Nunca un niño podrá ser la solución a problemas anteriores de la pareja, no resueltos adecuadamente. La presencia de un bebé en una casa implica una gran inversión de esfuerzo físico y psíquico, por lo cual, su presencia no resolverá desavenencias anteriores; más bien las empeorará.
* Desear tener un hijo desde el amor, pero también desde la responsabilidad. El amor, por sí solo, no proporciona todos los ingredientes y las actitudes necesarias para tener y educar un hijo. Es necesario que la responsabilidad, en todos sus ámbitos de planteamiento y de acción, se haya formato desde antes de la gestación. La responsabilidad de tener un hijo implica asesorarse adecuadamente con respecto a varios ámbitos básicos que van desde la educación o la alimentación hasta el orden de convivencia y crecimiento.
* Disfrutar plenamente de la llegada del bebé, pero considerándolo también una persona completa. La primera reacción al tener un niño es sentir una excesiva protección y, también, una extraña actitud que podría hacer suponer que ya ha llegado nuestro juguete, la mascota de casa. Esta actitud denigra el valor del bebé. Es imprescindible considerarlo, sobre todo, una persona entera y darle el valor de ser completo, con actitudes responsables e integrales.
* Supervisar todas las áreas de crecimiento. Curiosamente, a menudo el cuidado de los padres hacia el bebé se centra básicamente en lo qué come, como duerme y qué reacciones intuyen que comunica mediante el llanto o la gestualidad. Pero la supervisión y cuidado del recién nacido también ha de incluir otros aspectos como el orden, pautas de aprendizaje y principios básicos de disciplina, que meses más tarde se harán bien patentes y obtendrán sus frutos.
* Jugar con el bebé para fomentar una relación de amor y de correspondencia. El síndrome de la mascota se observa muy claramente cuando el juego entre padres y bebé no es una relación de comunicación, sino uno soliloquio expresivo de los progenitores. Es decir, cuando los padres juegan con el niño en una sola dirección: la de pasárselo bien ellos. A pesar del poco tiempo de vida, jugar con el bebé puede ser una experiencia muy gratificante si el juego es correspondencia, comunicación y un tiempo para que el niño o la niña se exprese y nos permita entender sus deseos más lúdicos.
* El valor de un bebé que se nos presenta tan indefenso radica en el valor integral que le den los padres. Un niño que tiene pocas semanas o meses de vida tendrá el valor que le den las personas que lo rodean; él no puede postularse। Muchas veces este valor puede estar tan influenciado por el aspecto indefenso que nos muestra, que no se le da la importancia que se merece. El valor de un bebé siempre dependerá de los padres, mas no siempre debe quedar cricunscrito a una exclusiva afectividad, sino que también debe implicar un sabio respeto a su integridad física y a un saludable crecimiento psíquico.
©2009 Josep Marc Laporta
