Transcripción resumida de la exposición de Josep Marc Laporta —psicólogo social y coach— en el magazine matinal radiofónico de Radio Arena, emitido semanalmente durante los últimos cuatro años. Consultas y conferencias: jmlfcoach@hotmail.com

· La envidia

Se dice de los franceses que el defecto nacional es la vanidad; de los ingleses, la hipocresía; de los alemanes, la obediencia; mientras que de los españoles es popularmente conocido que el defecto o vicio nacional es la envidia. Evidentemente, no tenemos un barómetro exacto para saber cual es la carencia de cada nación, pero sí que sabemos que la envidia forma parte intrínseca del género humano y, también, como no, de nuestra cultura latina y española.

La envidia es un sentimiento negativo que se sufre en mayor o menor grado durante la vida. Se trata de un tipo de reacción que tenemos la mayoría de los seres humanos que, llevado a un extremo, puede derivar en las mayores aberraciones posibles, provocándonos grandes sufrimientos, tanto a nosotros como a los demás. En realidad, todos hemos sentido envidia hacia otras personas, pero también hemos sido objeto de las envidias ajenas. Es por ello que podemos asegurar que nadie se ha librado de padecer este mal, aunque sólo fuera en un nivel muy ínfimo.

Por causa de la envidia se han llegado a realizar trabajos de magia negra para destruir el entorno armónico de una familia, por el simple hecho de envidiar ‘la felicidad que emanaba de ellos’. También se ha llegado a agredir a otra persona por no soportar que fuera mas alto, más inteligente o mas guapo que ella. Incluso, el cristianismo le dio mucha importancia al incluirla en los llamados siete pecados capitales, como uno de los principales sentimientos perniciosos que pueden llevar a la destrucción moral del ser humano. En la narración del Génesis, Caín mató a Abel impulsado por la envidia. Sin lugar a dudas, la envidia es un sentimiento con un alto componente destructivo, tanto en lo físico como en lo psicológico.

El móvil primordial de la envidia es la tendencia a valorar de los demás aquello que creemos nos falta. Al realizar este acto de deseo podemos pasar por alto todo lo que sí tenemos y valemos. La envidia crece en relación al otro, que puede ser un hermano, un vecino, un amigo, un compañero de clase o de trabajo, un famoso o incluso simplemente un desconocido. Envidiar es desear o querer tener las posesiones o las habilidades que tiene otra persona o que suponemos que tiene, ya sea la pareja, la salud, la casa, el coche, la felicidad, la belleza, la simpatía, la suerte, el trabajo, los amigos, el status o, incluso, hasta el perro.

Napoleón afirmó: ‘la envidia es una declaración de inferioridad’. Indudablemente, el envidioso lo es en razón de que es consciente de su clara desventaja —de cualquier índole y condición— con respecto a otra persona. El filósofo Fernando Sabater se pregunta: ‘¿Qué es lo que desea el envidioso? Desea lo que tiene el otro, lo que posee; por lo cual cree que las cosas son valiosas cuando están en manos de otra persona’. El deseo de dejar al otro sin lo que tiene es la raíz del pecado de la envidia. Es una falta profundamente insolidaria, que al mismo tiempo tortura y maltrata al envidioso. Por lo tanto, podemos afirmar que el envidioso es, en realidad, más desgraciado que malicioso.

Como un elemento importante de discernimiento, debemos distinguir entre la envidia y la ambición. La envidia quiere lo que tiene el otro, desposeyéndolo; mientras que la ambición pretende conseguir por propias virtudes y esfuerzo aquello que nos parece importante para nuestra vida profesional, familiar o personal. Por lo tanto, no hay una envidia sana, sino una ambición sana. La envidia no puede ser sana porque compara situaciones y ve en el otro lo que a mí me falta. No obstante, la admiración a determinadas personas no significa tenerles envidia, es saber valorarlas y valorarse.

Sanando la envidia

* Identificar la envidia. Normalmente, la envidia no se distingue por lo que realmente es, sino por apreciaciones, comentarios o críticas hacia otras personas. Acostumbramos a expresar opiniones sobre otras personas con un tono crítico o discursivo, sin darnos cuenta de que en realidad estamos proyectando nuestra envidia hacia una supuesta privilegiada situación de esas personas. Por lo tanto, identificar cuándo y cómo manifestamos el sentimiento de envidia es el primer paso para sanarnos de este mal.
* Admitir el sentimiento de envidia. Habitualmente tendemos a no querer admitir nuestros errores; pero un buen conocimiento de nosotros mismos y una buena actitud para superar problemas de carácter o personales incluirá necesariamente la absoluta admisión de nuestra situación con respecto a la envidia. Sin admitir que estamos sufriendo de envidia, no sanaremos. Es necesario ser honestos. El observar o reconocer que algunas situaciones o personas nos provocan envidia es positivo, ya que ayuda a reflexionar sobre los propios recursos y, con ello, aceptar nuestras propias limitaciones.
* Trabajar la autoestima y hallar la propia identidad.
Una persona que tiene una buena autoestima y sabe valorarse convenientemente no sufrirá de envidia. La autoestima nos permite reconocernos como personas valiosas, con un caudal de habilidades y posibilidades para sentir y hacer cosas positivas y beneficiosas. Conocer nuestras virtudes y nuestros defectos es primordial para aceptarnos tal como somos y saber dónde debemos mejorar o qué aspectos nos son propios e innatos; éste será nuestro potencial. La comparación sistemática y reiterativa con otras personas no es el mejor camino para mejorar la autoestima, porque nos lleva a la envidia y al deseo insano.
* Activar los recursos de la abundancia. Cada uno de nosotros somos muy importantes y muy valiosos, y tenemos muchos recursos positivos e inmejorables para ser únicos y originales. Aparte de adquirir una buena autoestima, potenciar los recursos de la abundancia nos permitirá desarrollar todo lo que tenemos dentro, de manera que saquemos todo nuestro potencial interno. Dentro de nosotros tenemos un caudal fértil y abundante de capacidades, posibilidades y actitudes positivas que, además de hacernos mejores, nos harán olvidar cualquier sentimiento de envidia por la riqueza que internamente dispondremos.
* Entender bien la competitividad. En un mundo tan frenético y veloz, la envidia aparece entretejida entre competiciones laborales, profesionales e incluso familiares, hasta el punto que todo se confunde: la competitividad, la envidia y la profesionalidad. Competir e intentar ser un buen profesional no implica obligatoriamente dejarse conducir por la envidia. Podemos ser buenos y efectivos en nuestro puesto de trabajo sin permitir que ese virus nocivo nos motive insanamente. Ser movilizados por la envidia sólo nos hará malgastar energías y diversificar esfuerzos.
* Desear nuestros sueños, no los de los demás. Cada vez que nos estamos preocupando por lo que otra persona tiene, deseando su posición, posesiones o privilegios, estamos empequeñeciendo nuestros sueños, porque tomamos como referencia algo que no es nuestro y que nada tiene que ver con nuestra propia realidad. Soñemos con nuestros sueños y proyectemos nuestra vida de acuerdo a lo que ella nos ha puesto en bandeja, con nuestras habilidades y capacidades. Recordemos que debemos construir nuestra propia vida, no la de los demás.
* Entender el efecto espejo cuando sentimos envidia. Cuando envidiamos o deseamos destructivamente lo que tiene otra persona, en realidad nos estamos poniendo delante de un espejo que retrata y delata nuestra condición: es lo que nosotros somos y cómo somos. Entender esto nos permitirá tomar conciencia de nuestras carencias personales para optar por una revolución interior que nos lleve a mejorar y llegar a ser diferentes.
* Potenciar recursos de cariño y aprecio. Cuando una persona sufre acusadamente de envidia es, básicamente, porque ha carecido de muchas necesidades afectivas primarias, como el cariño, el aprecio, el amor, la confianza, etc. Para superar estos sentimientos de envidia será necesario reestablecer nuevos puentes de amor, cariño y aprecio por parte de las personas allegadas.
* Con las personas más próximas, establecer relaciones de no competitividad. Las envidias que provocan más dolor son las que se sufren con las personas más próximas. Al generar competitividad entre hermanos, pareja o familiares cercanos, se genera un círculo de envidias que provocará relaciones totalmente insanas. Es conveniente educar sin fomentar actitudes de rivalidad entre hermanos, primos, compañeros o familiares de otro grado.
* No desarrollar relaciones de confianza con personas envidiosas. La envidia o los deseos envidiosos se enseñan y copian por la relación e imitación. Por lo tanto, huir de las personas envidiosas es una buena prevención para no convertirnos en lo mismo. Con estas personas se pueden tener relaciones sociales de carácter superficial y general, pero mejor prescindir de las relaciones de más confianza e intimidad.
* Enseñar a los niños modelos de cooperación y sin comparación. La envidia empieza a surgir en los primeros años de vida, cuando el niño empieza a relacionarse con el grupo familiar y social. Si el niño se siente amenazado en su terreno y en lo que más quiere, adquirirá un sentimiento de vacío y deseara a toda costa conseguir todo lo que no posee o cree que no puede poseer. Ello se manifestará con pataletas y rabietas, por lo que será necesario calmar esos disgustos con explicaciones lógicas y enseñándole a dar, para que con ello vaya aprendiendo a tolerar sus frustraciones y controlar las conductas impulsivas. Así, y de esta forma, aprenderá a respetar las diferencias y valorar sus propias cualidades; es decir, empezará a madurar. Si al niño que ha pasado por episodios de envidia constante nadie de su entorno le ha calmando esta ansiedad, crecerá con sentimientos de frustración y de vacío y será un adulto envidioso, contaminado por el rencor a los éxitos ajenos, incluso de su propia pareja y amistades, llegando su vida a ser un verdadero tormento.
* Tolerar los propios defectos y valorar las propias cualidades. A veces invertimos el orden: damos mucho valor a nuestros defectos y toleramos nuestras cualidades, por lo que nos convertimos en personas destructivas. Nuestros defectos deben tener su justa importancia y condición; no podemos sobrevalorarlos ni ignorarlos. Debemos aprender a reconocer nuestras cualidades personales como nuestro mayor valor y activo.
* Ser compasivo y cooperativos; desear el éxito ajeno tanto como el éxito propio. A menudo, la envidia aparece en la pareja। Un miembro puede estar ganando más dinero por su trabajo que el otro, lo que puede ser causa de envidia. La compasión y la cooperación, y el aprender a desear el éxito ajeno como algo propio es una buena terapia para liberarse de la envidia. En el fondo, esta liberación también parte de una actitud de amor consigo mismo y con el otro.


©2011 Josep Marc Laporta


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1 comentario:

  1. Muy buenos estos temas... sigo cada uno con mucho interes. Gracias señor Laporta por la ayuda y los consejos.

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