Transcripción resumida de la exposición de Josep Marc Laporta —psicólogo social y coach— en el magazine matinal radiofónico de Radio Arena, emitido semanalmente durante los últimos cuatro años. Consultas y conferencias: jmlfcoach@hotmail.com

· ¿Premio o castigo?

"Si apruebas el examen te compraré una consola de juegos", "Hoy no vas a ver la televisión ni te conectarás a Internet, ¡estás castigado!". Frases como estas se repiten en miles de hogares en los que hay niños o adolescentes. Cuando no sabemos qué hacer para que un niño se comporte de una manera determinada o para conseguir un objetivo bueno y positivo para él, sacamos de la chistera el recurso del premio o del castigo. Pero ambos no siempre son eficaces o actúan de manera inmediata. Por tanto, hemos de saber que solamente son recursos que debemos emplear con cuidado y prudencia para que den resultados óptimos.

A veces parece que tanto los premios como los castigos se utilizan como un recurso sucedáneo de lo que podríamos denominar la educación idónea; es decir, adoptamos estos recursos como una opción de emergencia cuando los mecanismos educativos habituales fallan. Con el premio se intenta estimular o animar a una buena actitud para conseguir un objetivo; mientras que con el castigo se pretende poner en alerta y aviso al niño o adolescente con el fin de provocarlo a la acción y lograr un objetivo.

Los castigos suelen dar una sensación de fracaso en la educación prevista; distinta a la motivación y realidad de los premios, que parecen ser un recurso generador de buena sintonía y empatía. No obstante, el castigo está muy bien aceptado socialmente; los padres son felicitados y aplaudidos cuando son severos en la educación, pese a que incluso ésta pudiera ser de carácter físico. De alguna manera se reconoce que el castigo es un instrumento educativo de primer orden.

Los premios y los castigos suelen ser eficaces en situaciones en las que el proceso educativo sufre desviaciones, paradas o retrasos significativos. Pero no siempre logran sus objetivos, especialmente cuando se utilizan reiteradamente, convirtiéndose más en un medio o forma de educación que en un recurso opcional y puntual. Es evidente que los premios o castigos no son la esencia y la base de la educación. En cualquier caso, el método, el orden, la costumbre saludable, el hábito de estudio o de actitud, la imitación positiva y la disciplina bien entendida como modelo familiar, son los mejores referentes para construir una buena educación.

Es por ello que, para que los premios o los castigos obtengan el resultado adecuado, los elementos de disciplina, como modelo familiar, han de estar presentes como una columna vertebral. A partir de este armazón, los premios y castigos participarán en momentos puntuales, afectando a la conducta externa, no tanto en la personalidad íntima. A menudo se confunden los conceptos y se pretende formar una personalidad a través de los premios y de los castigos, cuando sólo son instrumentos para enderezar y lograr fines parciales. Ambos, los premios y los castigos, son como una medicina que se debe administrar periódicamente o puntualmente y su uso no puede ser indiscriminado ni generalizarse. Al igual que es necesario adecuar la administración del medicamento a la necesidad concreta del paciente y tener en cuenta sus contraindicaciones y efectos secundarios, así se debiera actuar con los premios y los castigos. Porque, sin duda, los premios y los castigos tienen efectos secundarios y contraindicaciones, y siempre será aplicado de manera puntual.

Cuando premios y castigos afectan sólo a la conducta externa y, por tanto, no afectan a la personalidad íntima sino que ésta es una formación previa, genera un ambiente que facilita la comunicación e interrelación entre las personas de la familia, mejorando las capacidades del individuo. Los premios y los castigos tan sólo son ayudas puntuales, elementos facilitadores de la educación y de la buena interrelación familiar y social, que habrían de afectar a aspectos de corrección o estímulo, de carácter conductual no formativo.

¿Cuándo utilizar el premio y cuándo el castigo? ¿Es preferible optar por el premio antes que el castigo para lograr un mismo objetivo? Si observamos el premio como un estímulo y el castigo como una amenaza, obtendremos el concepto y la significación idónea para actuar en cada momento. Cuando vemos que un niño o adolescente se esfuerza y mantiene una actitud positiva hacia el objetivo previsto, es cuando el estímulo del premio puede participar positivamente. Cuando, al contrario, el joven se muestra reacio, con una actitud desafiante y equívoca, es preferible optar por la amenaza puntual, como un recurso de aviso que rectifique las actitudes erróneas.

No obstante, es interesante saber presentar el castigo como si fuese un premio. Es decir, empaquetar lo que sería un castigo con la envoltura de un premio. Por ejemplo, si un niño no ha ordenado su habitación, lo más normal sería imponerle un castigo diciendo: ‘si no recoges tus cosas, te castigaré y no saldrás con tus amigos’. Un castigo envuelto en premio sería: ‘tus amigos no pueden ver tu habitación tan desordenada; para que puedas salir con ellos es necesario que la ordenes’. Con este último enunciado se anima a ordenar la habitación para salir con los amigos, mientras que en el anterior se desanima a no arreglar la habitación por el castigo ya impuesto. Es sutil, pero la mente trabaja mejor si se la invita a pensar en positivo. En la educación y dentro de una normalidad, también es mejor educar positivamente.

Ideas para una educación equilibrada

* Es mejor tratar a todos como invitados. Un principio de respeto común incluye el tratamiento de invitado a la familia de casa. Nunca se nos ocurriría gritar, dar órdenes o intentar hacer daño con comentarios a los invitados. Si queremos que nuestros hijos nos traten con respeto y consideración, hagamos lo mismo. Nunca están de más palabras como ‘gracias’ o ‘por favor’. Los niños aprenden en gran medida por imitación, por lo que nuestra actitud es la mejor manera de educar, incluso antes que la educación por medio de las palabras.
* Premia, estimula y alaba. Es mejor instaurar un estilo de trato que esté más basado en los premios que en los castigos, en el estímulo que en la amenaza. El mejor premio es la palabra y el gesto amable. Premiar, estimular, alabar es destacar lo que se hace bien, lo positivo, animando lo que es loable. Es evidente que algunas veces existirán comportamientos que se deban reformar; incluso en esos momentos será muy útil saber enderezar con estímulo, antes que con amenazas.
* Asociar premio al estímulo, y castigo a la amenaza. Si en lugar de decir premio decimos estímulo, y en lugar de decir castigo decimos amenaza, estamos pensando de una manera más adecuada a la realidad de cada acción que planteemos. Entre estimular o amenazar, lógicamente preferiremos estimular y nuestra mente actuará de una manera más positiva en la educación.
* Huir de la educación por excepción. Es una costumbre instaurada en muchos hogares, empresas y ámbitos sociales: fijarse en los fallos y errores, y, consecuentemente, actuar. En la educación doméstica, también es una norma actuar o intervenir oralmente y prácticamente cuando hay algo que no funciona. De este modo, el niño o el adolescente se muestra desmotivado al sentir que sólo se subrayan los errores, obviando los aciertos que, por lo general, son mayoritarios. A veces olvidamos las ocasiones en las que un niño recoge sus cosas por propia iniciativa, hace los deberes sin necesidad de atención o se comporta bien, mientras se destacan superlativamente los errores. Huir de la educación por excepción es no caer en este error de educación cotidiana.
* Valorar los esfuerzos y mejoras. No debemos esperar a que la conducta del niño o adolescente sea perfecta. En la educación, lo que más debiera valorarse es el esfuerzo, porque al fin y al cabo la conducta es el resultado de una actitud, un deseo. Muchas veces, pretendemos que las conductas sean perfectas, sin pararnos a valorar el esfuerzo de mejora que hay detrás.
* Alabar en público como si no alabáramos. Una forma de ayudar a una buena autoestima y espíritu de superación es alabar en público de manera superficial, como de pasada, como si no lo fuéramos a hacer. Esta información la recibe el niño como un detalle que le impulsa a proseguir por el buen camino. Si la alabanza fuera más explícita, la respuesta del menor podría ser más interesada y su ego podría llevarle a no esforzarse.
* Ignorar las conductas inadecuadas no destructivas que traten de atraer nuestra atención. A veces, una conducta concreta no es lo que parece. Detrás de un mal comportamiento puede haber una necesidad de llamar la atención y sentirse querido. Al centrarnos en atajar esas conductas, esto puede llevar a que se repitan cada vez más frecuentemente, pues en realidad se consigue el objetivo pretendido de que le hagamos caso. Evidentemente, será necesario ignorar esas llamadas de atención y dedicarles el afecto que reclaman.
* Entender lo que se pretende decir en lugar de lo que dice. Si un adolescente dice algo hiriente en medio de una conversación en la que se le ha prohibido, por ejemplo, salir de noche, es conveniente entender el contexto. Es muy posible que su reacción airada sea en relación directa con la prohibición, no hacia nosotros. Si dice ‘te odio’ dentro del fragor de este tipo de conversación, no significa que nos odie, sino que desea salir de noche y todas sus reacciones se orientan en el dolor de no poder hacer lo que quisiera. En este caso, es necesario ayudarle a comprender sus sentimientos y, también, a comprender las razones del por qué, señalándole los límites con firmeza, no reactivamente ni con rabia hacia lo que ha dicho.
* Educar con límites. Los límites son necesarios en cada aspecto de nuestra vida. No hay ninguna acción ni actividad que no necesite de límites. Nuestro planeta está regido por un orden que lo hace habitable; igualmente la educación en familia necesita de un orden y unos límites en todos los aspectos de la vida cotidiana. Se trata de una disciplina proactiva, capaz de poner límites en cada detalle del día a día, pero unos límites y firmeza adecuados a cada aspecto, no una disciplina férrea por un igual a todo.
* Recordar que los desacuerdos son normales en toda relación. En cualquier relación social, más tarde o más temprano, aparecerá el desacuerdo. Lo mismo también sucede en familia. No obstante, el desacuerdo es un factor positivo en la educación, porque bien dirigido invita a saber respetar distintas opiniones, valorar la verdad, lo que hay en cada uno y colaborar para solucionar los problemas. La discrepancia es consustancial con las relaciones, pero también el acuerdo dentro de la discrepancia puede ser consustancial; una manera sabia de educar.
* Los malos días son un derecho de los padres y de los hijos. No sólo los padres tienen derecho a tener un mal día, también los hijos. A veces el hijo puede tener una temporada especialmente nerviosa, por lo cual no se le habrá de juzgar ni valorar exclusivamente por una mala acción, sino tener en cuenta que puede tener sus altibajos. Una educación responsable observa estas probabilidades emocionales o ambientales.

Particularidades del castigo

* El castigo es viable como una forma de eliminar un comportamiento inadecuado, continuado y permanente. Es una forma de cortar un comportamiento que no se puede pasar por alto.
* El castigo no puede atentar contra los derechos y dignidad del niño. Castigar con no cenar o no dormir lo suficiente puede ser un atentado contra el niño y su dignidad como persona.
* No se puede utilizar como norma de educación habitual. Su utilización debería ser puntual y concreta, sin aspavientos ni ensañándonos. En lo posible, el castigo debería ser la excepción. El uso frecuente del castigo no es eficaz para cambiar la conducta.
* Una costumbre educativa basada en el castigo exige nuevos castigos cada vez más fuertes y contundentes, originando un círculo vicioso difícil de romper: mala conducta>castigo; repetición de la mala conducta>castigo más severo. Y así sucesivamente.
* Las personas aprendemos también por imitación. Y si un niño vive normalmente castigado, repetirá el ejemplo a los que estén a su alrededor (hermanos, amigos, compañeros de escuela, etc.).
* El castigo es positivo si...
...es el último recurso y no la manera habitual de actuar (si se grita con frecuencia, los gritos acabarán perdiendo todo valor y fácilmente nos verán como histéricos).
...se sabe exactamente por qué se es castigado y son castigos eficaces y posibles de cumplir.
...es inmediato, sin aplazamientos innecesarios, como ‘ya verás cuando venga tu padre’.
...ocurre siempre que se comete una falta que necesite rectificación adecuada, sin depender del buen o mal humor.
...ofrece al niño una alternativa. No sólo se castiga la mala conducta sino que se explicita lo que se espera de él y el modo en que puede realizarlo.
...permanece intacto el respeto por la persona, sin que sufra la autoestima. Son las acciones las correctas o incorrectas, no la persona. Ni ‘eres un inútil’ ni ‘eres malo"’ sino ‘eso lo has hecho mal’.
...no asocia el castigo a actividades de aprendizaje como, por ejemplo, tener que copiar o hacer cuentas o leer. Ese es el mejor método para que en el futuro odie las matemáticas o la lectura, por verlas relacionadas con situaciones desagradables.
...al mismo tiempo que se efectúa el castigo, se incluyen refuerzos positivos. El castigo por el castigo no suele funcionar y, además, puede llevar a un círculo vicioso de errores y malas costumbres.
...es coherente y firme, y se mantiene en el tiempo acordado. Un castigo que se suprime al cabo de pocos minutos u horas educará erróneamente y hará que el niño aprenda a cómo ganar el pulso a los padres.

Particularidades del premio

* El premio estimula, anima y evoca sensaciones positivas para conseguir un objetivo positivo. Es una forma de estimular e incitar hacia actitudes y acciones que por sí mismas den fruto.
* Utilizar los alimentos para premiar es una manera errónea de ayudar a que se consigan objetivos. Los alimentos tienen su propia educación y no se deben inmiscuir ni con los premios ni con los castigos (las golosinas es un alimento).
* Puede participar en la educación habitual, aunque abusar del premio puede conllevar dependencia y, como consecuencia, la obligación de tener que hacer lo contrario: castigar.
* Las personas aprendemos también por imitación. Premios puntuales pueden ayudar a los niños a tener actitudes desprendidas y solidarias. Cuando una persona encuentra satisfacción en hacer algo, tiende a repetir esa conducta.
* El premio es positivo si...
...no incluye habitualmente recompensas materiales como dinero o juguetes, y sí retribuye con algo gratificante y satisfactorio como regalos deseados, ya sean materiales o inmateriales।
...la recompensa incluye el elogio y el afecto, potenciando la autoestima। Un beso, un abrazo o una palabra de ánimo, a veces es más efectivo que regalos o presentes que queden lejos de la entrañable afectividad.
...da preferencia a la relación humana y social. Las relaciones humanas son la base de la felicidad. Más del 70% de nuestra felicidad depende de esas relaciones.
...no es tan frecuente que se convierte en hábito. El premio debe participar de manera extraordinaria y con cosas que supongan un especial esfuerzo.
...se premia inmediatamente después del comportamiento deseado। Cuando hay distancia entre la conducta y la recompensa, menor será el efecto. Y cuanto menor es la edad del niño, menos eficaz resulta dicha distancia.
...si se va variando y no se hacen rutinarios, con el fin de que no pierda el interés del niño.

No olvidar que los premios son más eficaces y útiles para corregir conductas o alcanzar la actitud deseada que los castigos।
©2010 Josep Marc Laporta

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