La sociedad nos empuja a compararnos. Saber que un compañero de trabajo gana más que nosotros nos indigna, pero también criticamos que el vecino se haya comprado un coche más grande que el nuestro o envidiamos la suerte de aquél que tiene una pareja especialmente atractiva o agradable. Estas actitudes provocan sentimientos como los celos o el resentimiento, al mismo tiempo que nos sentimos menos respecto a quien que creemos que nos supera. Las personas que están pendientes de lo que son y tienen los demás están condenadas a vivir en la insatisfacción, ya que el hecho de compararse no les permite darse cuenta de qué es lo que ellos tienen de bueno y positivo. En definitiva, la comparación nos envilece y no nos permite crecer saludablemente.
Hace 10 años se realizó un estudio entre universitarios en los Estados Unidos. Después de realizar unas pruebas en las que los estudiantes tenían que juzgar su rendimiento y el de los compañeros, se descubrió que los jóvenes más felices eran aquellos que se comparaban menos con los demás. El hecho de no competir protegía su autoestima.
Los filósofos y los pensadores también han reflexionado sobre este concepto. Francis Bacon aseguró: ‘La envidia siempre va ligada a la comparación. Donde no hay comparación, no hay envidia’. Por su parte, el filósofo Bertrand Rusell afirmó: ‘La envidia no ve nunca las cosas por lo que son, sino en relación a los otros. Si lo que deseas es gloria y poder, puedes envidiar a Napoleón, pero Napoleón envidiaba a Julio César, Julio César envidiaba Alejandro el Magno, y Alejandro el Magno posiblemente envidiaba Hércules, que nunca existió’.
Arthur Schopenhauer escribió en ‘El arte de la felicidad’: ‘Si no te liberas de la envidia y de querer constantemente lo que tiene el otro, olvídate de la felicidad’। Por lo tanto, podemos llega a la conclusión de que la envidia es un serio obstáculo para la felicidad.
Para empezar a huir de la comparación nociva debemos aprender definitivamente que es más importante amarnos, que sentir que nos aman. Cuando confiamos en nosotros mismos, cuando somos nuestros propios amigos y cuando confiamos en nuestras posibilidades, no tenemos tanta necesidad de compararnos ni de ser aprobados por los demás. Por lo tanto, valorarnos y querernos es el principio de la autoestima.
Cómo dejar de compararnos
* Tendemos a ver lo que nos falta, pero no vemos lo que tenemos. Esta es la tendencia propia de la persona que siempre acostumbra a compararse. No obstante, hemos de aprender a ver que lo que tenemos es mucho más importante que lo que nos falta, porque ya existe, ya es nuestro, es propiedad; mientras que lo que nos falta no sabemos si lo podremos conseguir.
* Aprender a contentarnos con lo que somos y tenemos. La felicidad pasa indefectiblemente por apreciar lo que los otros hacen bien, por aquello que son sus habilidades, alegrándonos por su aportación a nuestra personalidad y carácter. Y, al mismo tiempo, contentarnos con lo que nosotros somos y tenemos, porque no podemos dar nada a nadie a no ser que seamos y tengamos.
* Dejar de juzgar. Una de las claves para dejar de compararnos es dejar de juzgar. Si dejamos a un lado los juicios y aprendemos que todo simplemente es, nos liberaremos de una carga inmensa que nos estará atenazando y que coartará nuestro crecimiento humano. Dejar de juzgar es empezar a vivir en plenitud.
* Cada persona es única. No se pueden comparar dos amigos ni dos parejas. Probablemente habremos tenido más de una pareja. Si una de ellas se siente comparada con la anterior, se sentirá humillada y despreciada, porque tendrá la sensación de que ahora es pareja porque viene a suplir aquella ausencia o vacío que dejó la otra persona. Pero cada ser humano es único, así como nosotros somos únicos.
* Dejar de imitar para ser algo o alguien. Cada uno tiene ciertas virtudes que no se pueden imitar, sino que simplemente existen y son. Cada persona tiene su riqueza personal que no se puede copiar o imitar. Se podrán reproducir algunos aspectos que entran más dentro de la mimética que de la imitación, pero no se podrá copiar la esencia, lo que nos hace únicos e irrepetibles.
* Dejar de ver los resultados para observar los sacrificios. Acostumbramos a compararnos según los resultados, pero no según los sacrificios que se han tenido que hacer para lograr esos resultados. También, muchas veces no nos comparamos con lo real sino con aquello que imaginamos que es real, con idealizaciones. Nos comparamos con lo que tiene esa otra persona, con lo que se ve, pero ¿sabemos qué es lo que le pasa por dentro?, ¿realmente somos capaces de entender que lo que vemos puede ser una fachada que esconde una realidad que no nos gustaría ver? A veces atribuimos una gran felicidad a personas que, probablemente, son o están viviendo de manera desgraciada.
* Dejar de tener miedo a la frustración. Quien se compara constantemente está sumido en la frustración. Para dejar de sentirte frustrado hay que aceptar que el crecimiento es consustancial con el binomio ensayo-error. Ensayar y errar no implica frustración, sino aprendizaje para volver a ejercer el ensayo y el error hasta dar con el éxito.
* Dejar de comparar hermanos de una misma familia. En muchos hogares se practica la comparación despectiva como método de animar al estudio y a la mejora personal. Expresiones similares a ‘¡mira tu hermano cómo estudia, a ver si aprendes de él!, son formas que repetimos habitualmente, sin darnos cuenta que podemos estar creando hijos frustrados e insatisfechos, aniquilando su creatividad y capacidad de superación.
* Dejar de comparar el pasado con el presente. Muchas personas están ancladas en el ayer y sólo piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. Es imposible que todo el pasado sea mejor que todo presente. En cualquier caso, algún aspecto o circunstancia del pasado pudiera ser mejor que el presente, pero no su totalidad.
* Inspirarnos unos a otros para mejorar. No compararnos, sino inspirarnos mutuamente. Que la actitud o los éxitos de alguien sirva para inspirarnos y animarnos. Esta inspiración se basa en la dicha de disfrutar y alegrarnos de los éxitos ajenos para dejarnos iluminar por sus superaciones y victorias।
* Amar es dejar de comparar. Quien ama no deja espacio para la comparación ni para la envidia। El que ama de verdad, no está pendiente de comparaciones, porque el amor echa fuera el temor.
©2010 Josep Marc Laporta
me gusto su platica. es muy acertada. Curioso que nos comparamos tanto para creer ser algo. Dios me libre de compararme con nadie aunque a veces lo hago. Vamos aprendiendo.
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