Transcripción resumida de la exposición de Josep Marc Laporta —psicólogo social y sociólogo— en el magazine matinal radiofónico de Radio Realejos, emitido semanalmente durante los últimos cuatro años. jmlfcoach@hotmail.com

· El autismo

© 2010-Josep Marc Laporta

        Básicamente, el trastorno del espectro autista, o popularmente autismo, es una afección relacionada con el desarrollo del cerebro que en la práctica incide en la forma en que las personas afectadas ven a los demás y en  la manera que se socializan. Es decir, la relación con las demás personas queda influida de manera tal que la comunicación es diferente e incomprensible para los otros, para el resto de la sociedad.

         Pero es importante observar que este espectro no es asumido ni vivido de manera equivalente en todos los afectados. Consecuentemente, no se puede catalogar a todos por igual ni hacer una diagnosis pareja, sino, más bien, tener en cuenta que pueden haber muchas variables, niveles o particularidades que incidan y hagan difícil la resolución. En el pasado, el trastorno autista se había disgregado de manera que tanto el síndrome de Asperger, el autismo o el trastorno no integrativo infantil estaban calificados de afecciones diferentes. No obstante, a día de hoy se tiende a vincularlas, aunque todos los estratos no están determinados. Por tanto, sigue siendo un campo de investigación constante en el que hay conceptos básicos que pueden ayudar a entenderlo y a actuar de manera positiva.
 
        Un valor importante a tener en cuenta es que el autismo tiene como denominador común el aislamiento social. Es decir, problemas para mostrar sus emociones y/o relacionarse socialmente en los estudios, con las amistades, el trabajo o en actividades varias. Pero ello no quiere decir que las personas autistas no sean inteligentes o capaces para ejercer profesiones con plena capacidad. Mas bien, incluso, pueden ser mucho más competentes y válidos, pues su capacidad de concentración y absorción los hace más entregados a lo que se propongan. No obstante, al ser un espectro relacional, la forma de relacionarse y comunicarse con las personas puede afectar determinantemente a algunas profesiones públicas o de contacto clientelar. Otras actividades profesionales más solitarias o en grupos pequeños permiten al afectado una mayor rentabilidad personal y posibilidad de relación, permitiendo ser un profesional muy cualificado y, en casos, altamente capaz para ser investigador, científico, inventor, experto en una materia, etc.
 
        Los síntomas suelen ser manifestaciones de aislamiento social, ausencia de contacto visual o dejación de atención básica a aspectos socialmente normales para el resto de la sociedad. Normalmente se puede detectar con facilidad en la infancia, en los primeros años, entre los dos y tres años, o más claramente cerca de adolescencia, aún en edad infantil. Sin embargo, la diagnosis ofrecerá un resultado leve, medio o moderado, o grave.
 
        En sus inicios, el niño autista tiene problemas de aprendizaje, puesto que su aislamiento social y ausencia de comunicación fluida les impide relacionarse con normalidad y atender al ritmo de los demás. Sin embargo, ello no implica que el niño sea más o menos inteligente que los compañeros, aunque muchos casos pueden atesorar inteligencias concentradas debido a su capacidad de aislamiento, por lo que pueden tender a tener mayor coeficiente intelectual y capacidades por descubrir. Consecuentemente, puede pasar desapercibida su capacidad intelectual y de inteligencia, precisamente por su aparente retraimiento.
 
        Sin duda, cada niño es un mundo y este espectro complica aún más la manera de ver al autismo, por lo que cada caso es cada caso y deberá ser estudiado y observado muy particularmente. Por ello es necesario una atención personalizada sin apriorismos.
 
Cómo tratar a un niño o adulto con espectro autista
 
  • Personalizar la relación sin que él note una atención desmedida. Esto implica tratarlo normalmente pero con atención a sus características personales. El contacto diario permitirá ver cuál es la mejor manera de comunicarse en las dos direcciones.
  • Hablarle con un solo mensaje, no con muchos al mismo tiempo. No es que no sean capaces de atender a varios mensajes, sino que son más competentes a responder óptimamente a una comunicación o información cuando es concreta y sin ruidos aleatorios, puesto que tiende a perturbarlos y a provocar más aislamiento.
  • Fomentar las tareas individuales sin aislarlos. Evidentemente, este equilibrio aparenta ser difícil o complicado de realizar, pero los afectados por este espectro responden mucho mejor haciendo tareas individuales, sin embargo siempre conectándolos de alguna manera con los demás, sin llegar al extremo que ello les provoque agobio, hastío o desconexión. Por ejemplo, a un niño se le puede pedir que haga un dibujo concreto sobre un tema y decirle que cuando lo acabe deberá explicarlo a sus compañeros. El anuncio de lo que sucederá le ayudará a prepararse mentalmente para la explicación final al grupo, lo que le permitirá una socialización de previsión.
  • Al no tener una fluidez comunicativa de sus propias emociones, habitualmente no tendrá facilidad de captar, identificar o atender a las emociones de los demás. Por tanto, parecerán ausentes y sin sentidos. Para ayudarlos no es conveniente atosigarlos con el fin de que expresen sus emociones o digan cómo se sienten. Es mejor mostrarles un cariño de aprobación y aceptación integral y, como ejemplo práctico, decirle si le gusta lo que hace, si le satisface, si le llena, si le gusta estar con tal persona u otra, o cualquier detalle que no implique desnudar sus emociones sin demostraciones. Mas bien es invitarle a dar opiniones que, en realidad, esconden emociones, o preguntarle sobre cosas que le invite a opiniones que involucren sentimientos sin parecerlos.
  • No tener contacto físico con ellos si no nos une una relación paterno-filial o familiar muy cercana. Esto significa abrazos o tocarlos con confianza. En el caso de ser familiares, lo aprobarán sin problemas y lo agradecerán mucho, puesto que les ayudará a sentirse bien y en algunos casos serán recíprocos y beneficiosos, aunque siempre hay que saber cuándo poner final a ese abrazo o contacto, puesto que mandarán mensajes semióticos de una u otra forma. Tampoco es necesario exigirles reciprocidad. Más bien es contraproducente. No obstante, siempre que no sean personas del entorno familiar más cercano, el contacto físico puede ser muy contraproducente y, en consecuencia, impedir la comunicación en otros ámbitos y circunstancias. En este caso, si no hay una amistad muy cercana o construida con el tiempo, es mejor no forzar ni comprometer el contacto de cualquier parte del cuerpo.
  • Puesto que el aislamiento emocional les impide comunicarse con expresiones faciales espontáneas y francas, pedirle que sonría o que se muestre amable y comunicativo es pedir un esfuerzo que no son capaces de acometer fácilmente. Por lo tanto, se les puede hacer sonreír con cierta facilidad usando frases graciosas, algún chiste o cualquier elemento retórico que invite a una mueca alegre. Pero siempre y cuando ninguna de las ocurrencias o bromas le impliquen en absoluto en lo personal. Aparte de una falta de respeto, esta opción los retraería mucho más.
  • Ayudarlos a expresarse propiciando conversaciones con un tema en concreto o con una línea que no termine fácilmente con un sí o un no. Si en una conversación hay un hilo conductor o una temática de cierta extensión en el tiempo (tampoco muy larga), será útil para que en el diálogo aparezcan emociones encubiertas, expresiones con sentido y gestos que muestren cierta complicidad. Sabiendo que la respuesta emocional nunca será similar a la de otras personas, cualquier frase, palabra o locución puede encerrar mucha expresión interna, que habrá que aprender a percibir y, consecuentemente, a intentar reproducir en otra ocasión.
© 2010-Josep Marc Laporta

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